Amanda Mukwashi, Jefa de la Sección de Innovación y Conocimiento del Voluntariado del programa VNU, analiza cómo el próximoInforme sobre el Estado del Voluntariado en el Mundo mejorará nuestro conocimiento y nuestra comprensión de las relaciones entre el género, el voluntariado y la resiliencia.
Si existe un tema en el que parecen imperar las anécdotas y en el que abundan los mitos en el ámbito del voluntariado para el desarrollo, sobre el que se han defendido con ahínco las distintas opiniones y se han mantenido interesantes debates, es la cuestión de la relación entre género y voluntariado. En mi calidad de activista a favor de los derechos de la mujer, a veces suscito enérgicas reacciones en mis colegas cuando hablo del mandato del programa VNU relativo a la promoción del voluntariado –a menudo comparado al discurso teñido de romanticismo sobre la “triple carga” que constituye la contribución no retribuida de las mujeres–, especialmente en los países de bajos ingresos. Las organizaciones en las que participan voluntarios y voluntarias, de las cuales las que tienen más voz y las más visibles suelen estar en el Norte global, nos brindan numerosos ejemplos –no siempre examinados con la debida atención– de las posibilidades que ofrece el voluntariado para contribuir a la igualdad de género, en particular mediante el empoderamiento de las mujeres.
El Informe sobre el Estado del Voluntariado en el Mundo de 2015: Transformar la gobernanza, confirmó el componente de género del voluntariado a todos los niveles. Las estimaciones mundiales sobre el trabajo voluntario muestran una tendencia hacia la paridad de género, aunque, en lo que se refiere a las modalidades y las funciones, estas estimaciones varían según el contexto. Sin embargo, sabemos que la dinámica de poder entre los géneros es una cuestión compleja. El voluntariado está arraigado en las estructuras sociales, políticas y económicas y se lleva a cabo de distintas formas y por diversas motivaciones. La acción voluntaria puede tener sus orígenes en profundas tradiciones religiosas y culturales y también puede formar parte de los procesos de modernización y cambio intergeneracional.
Hay dos cuestiones del Informe sobre el Estado del Voluntariado en el Mundo de 2015: Transformar la gobernanza, que me gustaría señalar y que fueron abordadas con auténtico interés en los debates celebrados en torno a dicha publicación. Concluimos en aquellos debates que, en el ámbito político, las mujeres tienen dificultades para acceder a las oportunidades de voluntariado y, por consiguiente, de obtener los beneficios conexos, como por ejemplo, tener voz, adquirir conocimientos y capacitación, participar en nuevas redes y establecer relaciones, en particular en los entornos de voluntariado más organizados. Por otra parte, descubrimos que, en algunas circunstancias, las mujeres podían utilizar el voluntariado para reivindicar espacios, tener una voz y una representación que, de otro modo, les serían denegadas. Por ejemplo, en los Estados Árabes, un movimiento de mujeres voluntarias trabajó durante más de diez años para modificar la legislación relativa a la nacionalidad.
Con respecto al informe que se publicará en 2018, el programa VNU intentará avanzar en la comprensión de la dinámica entre el género y el voluntariado en el contexto de la resiliencia comunitaria. Parte de la investigación corre a cargo de los Voluntarios de las Naciones Unidas en seis países de América Latina, África y Asia. Nos encontramos inmersos en un importante proceso de aprendizaje y, por primera vez, estamos llevando a cabo una original labor de investigación sobre el terreno para intentar examinar esta cuestión en profundidad, escuchando de primera mano los testimonios de los voluntarios y voluntarias y sus comunidades. No obstante, después de la primera evaluación llevada a cabo este año por el programa VNU sobre las cuestiones de género, esperamos poder informar no solo de los avances realizados en relación con nuestro propio enfoque sino también en relación con los enfoques de otros agentes en los ámbitos del voluntariado o de la resiliencia.
En el primer documento se realizará un análisis de género basado en las conclusiones extraídas a nivel comunitario sobre las características distintivas del voluntariado. Dado que tanto la resiliencia como el voluntariado tienen un marcado componente de género, queremos examinar el modo en que estos dos factores interactúan en aquellas comunidades que se enfrentan a diversas perturbaciones y tensiones. Sabemos que las mujeres y las niñas se ven a menudo afectadas de manera desproporcionada por algunos tipos de catástrofes, como los desastres naturales y los fenómenos climáticos, y siguen estando insuficientemente representadas en los procesos de adopción de decisiones y planificación que las afectan. Sin embargo, estos riesgos y las respuestas de las comunidades y otros agentes para hacerles frente también pueden representar oportunidades de transformación y cambio.
Habiendo trabajado en 2017 con las comunidades para saber cuál es, en su opinión, la contribución distintiva del voluntariado a la resiliencia de las comunidades, trataremos de desentrañar algunas de las dimensiones de género de dicha contribución, por ejemplo, los conocimientos locales, la capacidad de organizarse en torno a prioridades, la creación de redes para emprender acciones y fomentar la confianza dentro de los grupos y entre ellos. Con respecto a la información sobre futuros enfoques, examinaremos cómo las diferentes formas y modalidades de voluntariado en favor de la resiliencia contribuyen de manera positiva o negativa a la igualdad de género, en particular mediante el empoderamiento de las mujeres y las niñas.
En el segundo documento examinaremos el papel del voluntariado en la prevención de la violencia contra las mujeres y las niñas. Cuando elegimos la comunidad como unidad de análisis para que el informe pudiera armonizarse con muchos de los modelos sectoriales, sabíamos que en este nivel encontraríamos lagunas y desafíos. En primer lugar, existe el riesgo de centrarse solo en los “macrorriesgos” que amenazan a las comunidades e ignorar las perturbaciones cotidianas, como la enfermedad, la violencia o la muerte, que a menudo son las que más afectan al bienestar de las personas. En segundo lugar, en muchos casos, estos riesgos que afectan a las comunidades forman parte de un relato y un consenso profundamente arraigados en las voces de quienes tienen algo que decir sobre esta cuestión (incluidos los agentes externos que participan en las conversaciones para definir las “vulnerabilidades”). Por tanto, la violencia se señala como un riesgo cuando viene del exterior pero no tanto en el caso de la violencia doméstica cuando se produce en el seno de la comunidad. Ahora, las feministas saben que lo personal es político y, por ello, examinaremos la función del voluntariado en la respuesta a esta clase de violencia y en el fortalecimiento de las instituciones que se ocupan de ella.
En definitiva, el concepto de resiliencia, que tiene su origen en el ámbito de la psicología, debería ayudarnos a sustituir los enfoques basados en procesos abstractos de desarrollo por una visión más compleja de las experiencias de pobreza, conflicto y privación de derechos. Por otra parte, dicho concepto nos permite comprender que las estrategias para la creación de resiliencia son elementos que se refuerzan mutuamente y que deberían “incorporarse” desde el plano individual al mundial. El concepto nos ayuda a entender las conexiones existentes entre la experiencia personal y las estructuras sociales, políticas y económicas, que a menudo siguen estando ausentes en el discurso oficial sobre el desarrollo pero que están muy presentes entre los grupos que son marginados por esas mismas estructuras.
Esperamos que nuestro examen de estos temas nos permita ir más allá del enfoque unidimensional de las vulnerabilidades de la mujer y abordar el papel activo que deben desempeñar las mujeres y las niñas para tomar el control de sus vidas y contribuir a sus comunidades. Al ser un instrumento a favor de la paz y el desarrollo centrado en las personas, el voluntariado ya está desempeñando un papel a este respecto y, mediante una reflexión y un discurso honestos y una cuidadosa consideración, podrá contribuir a una visión más feminista para fortalecer la resiliencia comunitaria.
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