Yoshikazu Ito UNV Yemen 1972 2017
El técnico de riego Voluntario de las Naciones Unidas Yoshikazu Ito (Japón) explica a los agricultores yemeníes los beneficios que obtendrían con el proyecto de riego que está investigando en Wadi Warazan, República Árabe del Yemen. (Archivo de la ONU, 1972) En 2017: asistiendo a un evento sobre cooperación internacional en Tokyo, Japón. (Programa VNU, 2017)

Yo fui uno de los primeros Voluntarios de la ONU

En 1970, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) buscó ingenieros para que prestaran servicio como voluntarios en el norte de Yemen construyendo pozos de agua potable tras la guerra civil. En ese momento, el programa de Voluntarios de las Naciones Unidas (VNU) aún no estaba operativo, pero los mecanismos ya estaban en marcha. Me postulé para un puesto, inspirado por un libro que me habían dado un año antes y, por casualidad y circunstancias, tuve la increíble oportunidad de prestar servicio como uno de los primeros Voluntarios de las Naciones Unidas.

Estaba trabajando para la Oficina de Irrigación del Ministerio de Agricultura y Silvicultura de Japón (actualmente el Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca) cuando fui invitado a hablar en un simposio organizado por el Consulado de los Estados Unidos en Fukuoka. En el evento, el Oficial Principal me dio un libro titulado La buena guerra: la lucha mundial contra la pobreza, la enfermedad y la ignorancia en todo el mundo. Ese encuentro casual, en el verano de 1969, cambió mi vida. Fue el primer paso que me llevó a convertirme en uno de los primeros Voluntarios de la ONU, una oportunidad que abrió la puerta a un largo viaje profesional que se extendió por décadas.

Mi primer desafío fue explicar a mi empleador mis motivaciones para solicitar esta oportunidad. En aquel entonces, la palabra «voluntario» no se entendía bien en Japón y la idea de ser voluntario para el sistema de la ONU, incluso menos. La oficina del PNUD en Japón me apoyó durante todo el proceso y, tras el anuncio de mi selección en 1971, fui secundado al proyecto y relevado temporalmente de mis funciones en el Ministerio. Fue un honor haber sido seleccionado para prestar servicio como Voluntario de las Naciones Unidas.

Volé por primera vez a los EE.UU. para recibir capacitación en árabe e información sobre mi cometido. Siete de nosotros llegamos de Austria, Finlandia, Italia, Japón, Noruega y Suecia, y al final del año se nos unieron más Voluntarios de las Naciones Unidas venidos de Egipto, Irán y Filipinas. Dos de nosotros éramos ingenieros en irrigación, drenaje e ingeniería de recuperación; los otros estaban especializados en agricultura y técnicas de cultivo. Nuestro papel en el PNUD fue contribuir a la reconstrucción del país mediante el apoyo a la productividad agrícola.

Yemen del Norte estaba emergiendo de la guerra civil en ese momento y existía mucha incertidumbre y una fuerte necesidad de reconstrucción. Además, el país también alberga una de las presas más antiguas del mundo, la presa Ma'rib, que data de 2.700 años. Esta estructura de ingeniería es similar a terreno sagrado para profesionales del riego y el drenaje. Por ello, es fácil entender por qué trabajar en este proyecto con la ONU fue un honor que me motivó profundamente a muchos niveles.

Mi cometido como Voluntario de las Naciones Unidas consistió en desarrollar fuentes de agua potable y de riego dentro de zonas desérticas. El desarrollo de los recursos hídricos, especialmente el agua potable, era un tema crucial para el desarrollo de la región. Evalué el agua de infiltración usando prospección eléctrica, recolecté datos y cavé pozos. Durante el proceso de ingeniería, también capacité al personal del Gobierno en estas técnicas y, así, logramos resultados con éxito en muchos lugares donde se ejecutaba el proyecto. 
 
Tan pronto como un pozo se desarrolló con éxito, recibimos muchas más solicitudes, principalmente de jeques, líderes de tribus y aldeas. Debíamos rechazar las solicitudes si existían dificultades geográficas, pero todos coincidíamos en que necesitábamos implementar tantos proyectos como fuera posible. Estaban en juego demasiadas cosas como para rechazar trabajo adicional, y de esta experiencia aprendí a escuchar atentamente las necesidades de la población local. Tras mi regreso a Japón, mi Gobierno me reasignó una vez más a Yemen del Norte, esta vez a través del Fondo de Cooperación Económica de Ultramar (FCEU), actualmente el Banco de Japón para la Cooperación Internacional. Poco sabía entonces que mi trabajo no había hecho más que comenzar.

Mirando atrás, me doy cuenta de que desde que presté servicio como Voluntario de las Naciones Unidas con el PNUD, no solo he conocido a innombrables personas comprometidas, incluidos a otros Voluntarios de las Naciones Unidas que quedarán grabados para siempre en mi memoria, sino que también he trabajado con ellos en cuatro continentes para construir infraestructuras que respaldan y mejoran vidas. Esa es la guerra buena.

Expliqué ya que, por casualidad, se abrió una puerta en 1969. Esta puerta me permitió viajar a África, Asia, el Pacífico, Europa y América Latina, trabajando primero en proyectos de desarrollo con el PNUD, pero luego a través de organizaciones como el FCEU, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agriculturas (FAO), el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón y el Organismo Japonés de Cooperación Internacional (OJCI). Esa primera experiencia como Voluntario de las Naciones Unidas en el norte de Yemen resultó muy valiosa en otras zonas de conflicto como Afganistán, Angola, Bosnia y Herzegovina y Eritrea. La llevé conmigo en cada paso del camino.


Artículo traducido del inglés por la Voluntaria en línea de la ONU Ana Lainez.