Andrea Ingham (centro), Voluntaria de las Naciones Unidas internacional con ACNUR, durante una celebración de carnaval con niños refugiados en el sur de Ecuador. (Programa VNU, 2011)

Construir una Cuenca inclusiva y sin discriminación a través del voluntariado

Pensé que trabajar como voluntaria me daría una oportunidad de trabajar directamente con personas refugiadas y de apoyarlas aportando un poquito para mejorar sus vidas.

Cuenca, Ecuador: Nunca lo habría creído si alguien me hubiera dicho que me iba a quedar casi cinco años en Ecuador como Voluntaria de las Naciones Unidas internacional con ACNUR. Un mes más tarde llegaba a la capital de Ecuador con mi hijo pequeño de casi tres años.

Pensé que trabajar como voluntaria me daría una oportunidad de trabajar directamente con personas refugiadas y de apoyarlas aportando un poquito para mejorar sus vidas. Ese contacto con la gente era algo que me falta trabajando en organizaciones de derechos humanos en Londres. Además, quería que mi hijo conociera otro rincón del mundo, aprendiera otra cultura y también conociera la realidad del mundo: que hay niños que tienen que salir de su país y no pueden regresar, pero que todos tienen los mismos derechos –a una familia, a una educación, a una nacionalidad, a jugar.

Tras conocer a los asociados de ACNUR, empezamos a desarrollar un trabajo conjunto a favor de la integración local de refugiados que llegaban a la ciudad de Cuenca huyendo del conflicto armado en Colombia. Trabajar a favor de la integración de refugiados ha implicado un trabajo con autoridades locales, sociedad civil, ONG y organizaciones de voluntarios.

Hemos asegurado el acceso a servicios básicos como la salud y la educación, el acceso al trabajo y a la vivienda, pero también una integración social y cultural. Además, hemos trabajado con escuelas en contra de la discriminación, organizando eventos públicos interactivos. También he tenido la suerte de viajar mucho por el sur del país, creando redes de protección en el área de responsabilidad de la oficina.

Ser voluntaria me ha permitido ser testigo de que los refugiados tienen una fuerza increíble. Llegan sin nada, después de haberlo dejado todo, tras haber vivido hechos terribles, y empiezan de nuevo con una energía de la que yo no sé si sería capaz. Se enfrentan a tanta discriminación, sobre todo los afrocolombianos, que te produce mucha rabia y te empuja a duplicar los esfuerzos.

En 2011 lanzamos la campaña Convivir en Solidaridad: por una Cuenca inclusiva y sin discriminación, a la que se han sumado muchas organizaciones locales y a la que esperamos se sumen muchas más, y que tengan un impacto.

Cuando llegué a Cuenca, las autoridades veían al refugiado como un tema de la frontera norte al otro extremo del país, y se sorprendían al saber que los refugiados llegan hasta el sur del país y que un refugiado puede ser cualquier persona –hombre, mujer, adulto, persona mayor, bebé, profesional, campesino.

Ahora sí, y gracias al programa de Voluntarios de las Naciones Unidas –ya que ahora somos dos Voluntarias de las Naciones Unidas con ACNUR en la zona– las autoridades saben qué es ACNUR y qué es un refugiado. Y aunque yo me voy, se seguirá trabajando para mejorar la integración urbana de refugiados en esta parte tan linda del país.