Consuelo Fernández trabaja como investigadora en el proyecto Informe del Estado del Voluntariado en el Mundo 2018 en Guatemala. Durante su trabajo de campo en la comunidad El Edén del Departamento de San Marcos conoció de cerca cómo las personas están promoviendo prácticas sostenibles desde el voluntariado comunitario.
En El Edén, una comunidad indígena Mam ubicada en el occidente de Guatemala, las personas talan árboles de sus bosques cada año para responder a sus necesidades de energía doméstica. “Nosotros acopiamos leña en la época seca para todo el año. Buscamos que la madera esté completamente seca, porque el fuego aguanta más y gastamos menos leña”, comenta Celedonia Félix Matías, Presidenta de la organización Los Eucaliptos.
En muchas comunidades de bajos ingresos en el país, como también en la ciudad de Guatemala, es común utilizar leña como recurso básico de energía para cocinar y calentarse. De acuerdo al último Informe del Estado de los Bosques en el Mundo (FAO, 2016), la superficie forestal mundial disminuyó 129 millones de hectáreas (un 3,1 %) -el tamaño de Australia- desde 1990. En Guatemala, el Global Forest Watch estima 1.3 millones de hectáreas como perdida de cobertura boscosa desde el 2001.
Los Eucaliptos, que agrupa a 28 mujeres y dos hombres entre 20 y 70 años de edad, nació en el reconocimiento del beneficio de los bosques, la preocupación sobre la deforestación y el voluntariado como base del compromiso colectivo para hacer frente al problema.
“Nuestra misión es reforestar nuestras montañas, nuestros bosques”, explica Roselia Matías Pérez, tesorera de la organización.
La organización, que funciona por más de 10 años sin apoyo externo, tiene un vivero donde producen un promedio de 5000 arbolitos al año que son plantados en los bosques de la comunidad. Su capacidad de auto-organización fue promovida, desarrollada y mejorada desde el voluntariado, permitiéndoles no solo sobrevivir a los desafíos, pero además a avanzar en su auto-sostenibilidad y auto-gobernanza para alcanzar su misión.
En El Edén, las mujeres son responsables tradicionalmente de las tareas domésticas. Su trabajo en esta esfera, que incluye la recolección de leña, les hace distinguir el impacto de la deforestación. “En el grupo pensamos, ¿qué va a pasar si sólo botamos [talamos] árboles y no plantamos?, ¡pues vamos a perder nuestros bosques y eso no lo podemos permitir!, dijimos. Entonces, hablamos, discutimos y decidimos crear un vivero”, comenta Roselia.
Aunque la organización es promovida por las mujeres, su participación es muchas veces condicionada por sus parejas u otra figura masculina en el ámbito familiar. En este contexto, las mujeres buscan maneras para ejercer su derecho de participar sin dejar de lado sus tareas domésticas, aunque esto implique llevar más carga.
A lo largo de los años, la organización desarrolló un aprendizaje inclusivo para determinar que funciona y que no, tanto a nivel organizacional como en el vivero. Este aprendizaje les permitió fortalecer el saber local sobre los árboles y mejorar sus prácticas en la recolección de semillas, la siembra y plantación de especies. El fomento de la diversificación complementó el aprendizaje colectivo, aportando a la biodiversidad y la adaptación a los cambios climáticos. El grupo empezó sembrando árboles tales como: aliso, ciprés, cerezo y pino. Después añadieron hortalizas como el chile, miltomate y el apio. Ahora están experimentando con la siembra de variedades de aguacate y durazno.
El compromiso, la equidad y el aporte de recursos propios son características distintivas del voluntariado que fortalecen la apropiación de sus miembros para avanzar en su auto-sostenibilidad. Se reúnen en el vivero una vez por semana. Se organizan por grupos para recoger brosa, cargar agua desde el río, recoger semillas y cargar tierra, y para el riego de los arbolitos sembrados. Adicionalmente, cada socia y socio aporta 5 quetzales (0.60 USD) para comprar bolsas y tierra para sembrar.
Los arbolitos listos para plantar son repartidos en el grupo de forma equitativa, cumpliendo su misión de reforestar primero sus bosques. La organización siguió este patrón en inicio, posteriormente decidieron vender el resto de la producción. “Decidimos vender lo que quedaba porque la gente venía y nos pedía que les vendamos, así que decidimos vender para comprar tierra y bolsas”, comenta Roselia. Los arbolitos son venidos a muy bajo precio, 100 arbolitos por 10 quetzales (7.2 USD).
Pese a que la organización avanza en la construcción de su sostenibilidad y resiliencia, un factor limitante es la falta de agua. “El año pasado [2016] sembramos 6000 arbolitos porque había agua, pero este año se ha ido el agua, por eso sólo hemos sembrado 5000. Fue difícil, teníamos que cargar cuatro toneles de agua cada dos días. Don Eleuterio [uno de los socios] nos ayudó dejándonos usar agua [residual] de su pozo”, comenta Roselia.
El vivero, que ha cambiado de lugar dos veces en la última década, el mes pasado tuvo que cambiar una vez más por la falta de agua. Al presente, la organización está buscando apoyo externo para mejorar su acceso al agua en el vivero.
Los Eucaliptos es un ejemplo de cómo el voluntariado, como una acción centrada en las personas, contribuye en la resiliencia de las mujeres, la comunidad y su entorno natural. Los principios de auto-organización, inclusión y aprendizaje promovidos desde el voluntariado son factores clave en el éxito de su trabajo. Si bien la organización está abordando cuestiones vitales en el manejo sostenible de los recursos naturales desde el enfoque de género y su relación con el entorno ambiental, es fundamental el apoyo y la colaboración entre la organización y el gobierno local para poder incrementar el impacto de una gestión forestal sostenible y aplicar estas prácticas a mayor escala.
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