La recomendación estándar sobre preparación para desastres se enfoca en apilar bolsas de arena y almacenar elementos como comida, agua o baterías. Pero la verdadera resiliencia – la capacidad de recuperarse de traumas, incluyendo desastres naturales – está ligada a nuestra conexión con otras personas y no a la infraestructura física o a los equipos de desastres. En el Día Internacional para la Reducción de los Desastres, Daniel P. Aldrich, profesor de ciencias políticas, políticas públicas y asuntos urbanos y director del Programa de Seguridad y Resiliencia en la Universidad Northeastern, comparte los descubrimientos de su investigación sobre la “resiliencia social” con el programa VNU.
Seis años atrás , Japón enfrentó un triple desastre paralizador: un gran terremoto, tsunami y catástrofe nuclear, que forzaron a 470.000 personas a evacuar más de 80 pueblos, aldeas y ciudades. Mientras que en algunas ciudades costeras no se registraron personas fallecidas a causa de las olas que alcanzaron los 18 metros, en otras hasta el 10% de la población perdió la vida.
Estas estadísticas me parecieron impactantes, por lo que un colega japonés y yo comenzamos una investigación sobre cómo reaccionaron las comunidades en las áreas más golpeadas por estas situaciones traumáticas, y para comprender la razón de que la tasa de mortalidad del tsunami haya variado de forma tan significativa. Estudiamos más de 130 ciudades, pueblos y aldeas en Tohoku, en busca de factores como la exposición al océano, la altura de los diques, la altura del tsunami, tendencias electorales, características demográficas y capital social. Descubrimos que las municipalidades con niveles más altos de confianza e interacción social tenían una menor tasa de mortalidad después de controlar todos esos factores.
El tipo de vínculos sociales que marcaron la diferencia en esta situación fueron horizontales, entre vecinos. Nos sorprendió descubrir que Japón ha gastado una gran cantidad de recursos en infraestructura física, como diques, pero ha invertido muy poco en establecer vínculos sociales y cohesión como parte de las estrategias de preparación para desastres.
En base a las entrevistas con sobrevivientes y un estudio de los datos, creemos que las comunidades con más lazos, una mayor interacción y reglas compartidas funcionaron de manera más efectiva a la hora de entregar ayuda a familiares y vecinos. En muchos casos, solo transcurrieron 40 minutos entre el terremoto y la llegada del tsunami. Durante ese lapso de tiempo, los residentes literalmente recogieron y llevaron a los adultos mayores fuera de las zonas bajas de alto riesgo. En los vecindarios de alta confianza, personas golpearon las puertas de aquellos que necesitaban ayuda y los llevaron a áreas fuera de peligro.
Cómo construir resiliencia
Nuestra investigación sobre los desastres en Tohoku refuerza la evidencia existente sobre la importancia de las redes de apoyo y el capital social para la recuperación de desastres en todo el mundo. El cambio climático y otros factores están aumentando el riesgo de desastres en el mundo, pero hay buenas noticias de nuestros descubrimientos en cuanto a la existencia de pasos prácticos que todos podemos dar para reducir nuestra vulnerabilidad ante estas amenazas.
Las comunidades pueden construir cohesión y confianza de distintas formas. Primero, los residentes pueden informarse sobre sus vecinos, quienes serán los primeros en responder en caso de una crisis. Luego, las comunidades en su conjunto pueden trabajar para profundizar las interacciones y la confianza por medio de la organización de días de deporte, fiestas, festivales religiosos y otros eventos comunitarios para establecer confianza y reciprocidad.
Por ejemplo, San Francisco entrega fondos a los residentes locales para desarrollar el NeighborFest, una fiesta comunitaria local abierta a todos. Planificadores urbanos y visionarios pueden aprender a pensar como Jane Jacobs, quien respaldó los conceptos de “ciudades vivientes” y “terceros espacios”, esto es, lugares más allá del trabajo y el hogar donde podemos sociabilizar. Al diseñar lo que sus seguidores llaman “formación de espacios públicos vivos”, como calles aptas para peatones y mercados públicos, es posible reestructurar las ciudades para mejorar la interacción social.
Por último, las comunidades pueden aumentar los índices de voluntariado al premiar a las personas que hacen trabajo voluntario, entregando beneficios por su servicio. Una forma de hacerlo es desarrollando monedas comunitarias que son aceptadas en los negocios locales. Otra estrategia son los bancos de tiempo, donde los participantes ganan créditos por sus horas de voluntariado y pueden canjearlas después por servicios de otras personas.
Dado que las comunidades en todo el mundo enfrentan desastres cada vez con mayor frecuencia, espero que mi investigación en Japón después del terremoto del 11 de marzo pueda dar orientación a quienes enfrentan distintos desafíos. Aunque la infraestructura física es importante en la mitigación de desastres, las comunidades también deben invertir tiempo y esfuerzo en el fortalecimiento de los vínculos sociales y en la creación de ambientes que inviten a los miembros a interactuar, como una parte clave de las actividades de preparación para desastres.
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