El cambio climático es un desafío global. Sin embargo, cuando se conjuga con otras variables como edad, género, etnia o clase social, sus impactos son mayores. Con voluntariado, podemos empoderar a las personas afectadas para construir comunidades resilientes de camino al año 2030.
Según el Reporte del Estado del Clima en América Latina y El Caribe 2020, más de 312 mil personas perdieron su vida y otras 277 millones se vieron afectadas por eventos relacionados al clima entre 1998 y 2020. Además, la intensa sequía en el sur de la Amazonía fue la peor en 50 años mientras que, en Centroamérica, se batió un récord de 30 tormentas en un año con 8 millones de personas afectadas. En Guatemala y México, se ha perdido entre el 50% y el 80% de los cultivos, impactando en la seguridad alimentaria de la población.
Evitar superar los 1.5°C de temperatura mundial es clave para mitigar estos efectos. Sin embargo, según un informe del PNUD, casi el 50% de los principales países emisores de gases de efecto invernadero no mostraron avances.
"La elevación de la temperatura es un problema para el bienestar humano, especialmente aquí donde hace calor y humedad. Eso también afecta a los ríos donde el nivel de agua es muy bajo. Hace que los peces migren, peligrando el equilibrio ecológico y la seguridad alimentaria” comenta Danielle Rodrigues, Voluntaria ONU sirviendo como Técnica Local para el proyecto en Bem Diverso PNUD Brasil.
¿Cómo el voluntariado puede contribuir a reducir estos impactos? Una posible estrategia es actuar junto a las comunidades afectadas para fortalecer sus capacidades locales.
“En Alto do Rio Pardo, generamos espacios de diálogo con la población afectada para determinar qué podemos hacer para la restauración ambiental. Optamos por la siembra directa y ya hay resultados positivos”, comenta Cleidiana Agostinho, voluntaria ONU sirviendo como Técnica Local para Bem Diverso en el Estado de Minas Gerais, donde el monocultivo de eucaliptos [1] ha dejado a algunas comunidades sin agua potable.
La promessa de “No dejar a nadie atrás” también implica que las propias comunidades sean las líderes de sus agendas. “Capacitamos sobre buenas prácticas de higiene en el manejo de la pulpa del fruto açaí, principal fuente de ingreso de la comunidad, que contribuye a prevenir enfermedades como el Chagas. Además, junto a artesanos locales, desarrollamos kits que luego distribuímos a un precio accesible”, comenta Danielle.
Por outro lado, para que estas soluciones comunitarias sean sostenibles, son necesarios los esfuerzos colectivos junto al Estado. “Trabajamos junto a representantes del Gobierno, realizando talleres, elaborando documentos especializados, así como organizando diálogos con expertos, organizaciones sociales y líderes de comunidades”, comenta Astrid Sotomayor, Voluntaria ONU sirviendo como Analista de Datos Ambientales para la Iniciativa Mundial de Turberas [2] del PNUMA en Perú.
Con la información y alianzas generadas, es posible “desarrollar políticas públicas transversales, integrales y basadas en evidencia científica”, destaca Astrid.
El trabajo con jóvenes es clave. “Mi mensaje para los y las líderes mundiales es que escuchen y trabajen con juventudes. Estamos a muy poco de no tener un punto de retorno y son quienes tienen la motivación para llevar los mensajes intergeneracionales hacia adelante”, declara Astrid. “Los y las jóvenes son las y los líderes del futuro. Están llenos de ideas para fortalecer sus comunidades y hacerlas más productivas”, afirma Danielle.
El voluntariado es un mecanismo que articula los distintos actores de la sociedad para fortalecer las soluciones que ya se vienen dando en las comunidades de América Latina y el Caribe, y potenciarlas con políticas públicas inclusivas y participativas.
[1] El eucaliptus es una planta arbórea muy utilizada para la fabricación de celulosa y exploración de madera.
[2] Las turberas son un tipo de humedal que tiene la capacidad de almacenar grandes cantidades de carbono.